Al entrar en la granja Gala Merino te recibe un robot voluminoso que se desliza por el suelo de forma autónoma. Barre alrededor del recinto donde se encuentran las vacas lecheras, que asoman sus cabezas entre la valla para comer. El autómata les arrima el forraje, para que no quede esparcido más allá de su alcance.
Cuando Pedro heredó la granja de su padre, quien a su vez la había heredado de los suyos, no se podía imaginar algo así. El robot que acerca el forraje se suma a otro que hace un trabajo aún más delicado: ordeña sin asistencia de ninguna persona. La vaca entra en una pequeña cuadra donde un brazo neumático maniobra en movimientos rectilíneos hasta acoplar en las ubres las pezoneras, los tubos de plástico que se usan para extraer la leche. Cuando termina, el apéndice robótico se retira con un siseo industrial y está listo para que entre la siguiente.
A punto de jubilarse, Pedro y su mujer María Luisa, cuyos apellidos dan nombre a esta granja familiar, han cedido el relevo a sus tres hijos. Ha sido esta generación la que apostó por probar con los robots.
La granja, en Escalona del Prado, un pequeño pueblo de Segovia, tuvo su primer contacto con estas máquinas hace diez años. Hoy tienen cuatro, que se ocupan de ordeñar sus 266 vacas. “El mayor beneficiado fui yo”, remacha Pedro. “Porque ya dejé de ordeñar y el ordeñar en esto es lo peor de todo. Te lleva seis o siete horas diarias. En aquella época tenía 54 años y el 50% de la jubilación; la cogí entonces”, relata, divertido.
Su hijo Samuel dice que ahora no están tan atados: “El sistema de ordeño robotizado es otro modo de organización de la granja. Nosotros antes teníamos sala de ordeño y teníamos horarios más estrictos”.
Pedro cuenta que él antes terminaba sobre las nueve o las diez de la noche. “Ahora, a las siete y media hemos terminado”, comenta. Si a Pedro se le pregunta qué beneficios han obtenido con el robot la respuesta es contundente: “Vivir. Que antes no vivíamos”, declara. “Calidad de vida, que llaman ahora”.
La familia acostumbró a las vacas a pasar por el robot cuando tuvieran necesidad de ser ordeñadas y ahora se puede ver cómo ellas mismas hacen cola para entrar. “No tenemos que estar ordeñando al pie de la vaca. Ellas van entrando voluntariamente”, explica Samuel, quien señala que la granja tiene el mismo personal que antes, dos obreros que ayudan a la familia. La sala del robot es un conglomerado de tubos, cables, planchas de metal y válvulas, acompañados de un rítmico percutir y gobernados por una pantalla desde donde se pueden dar instrucciones a la máquina o vigilar cuáles son los efectos de su actividad.
Los robots que tiene la granja son de la compañía holandesa Lely, aunque en España también comercializan máquinas de este tipo otros proveedores de la industria agroalimentaria, como GEA Group y DeLaval. Todos están preparados para evitar el sobreordeño. Cada vaca lleva un collar que es su carné de identidad frente al robot. Y si alguna intenta entrar cuando aún no ha pasado suficiente tiempo desde su último ordeño, la máquina no se lo permite.
Una vez que la vaca entra, “lo primero que va a hacer el robot es limpiar los pezones”, comenta Héctor Garcinuño, responsable de Lely Center Ávila, mientras señala unos rodillos en movimiento. “Con un láser va a detectar la posición para poder conectar las pezoneras”. Estas succionan y vierten la leche en un depósito, hasta que detectan que el flujo se reduce. La máquina recoge información que los ganaderos pueden consultar en el ordenador. “Tenemos sensores que nos detectan mamitis clínica, mamitis subclínica, leche acuosa, leche anormal, leche con sangre y nos miden grasa, proteína y lactosa”, explica Garcinuño.
Costes
Cada máquina cuesta unos 120.000 euros y en los últimos dos años han aumentado las ventas significativamente. Garcinuño apunta que desde el 2016 en España venden unos 18 robots al año, mientras que en los ocho años anteriores vendían unos 8 al año. Aún estamos lejos de Europa. En todas las granjas a nivel nacional funcionan 480 de estas máquinas, cuando en Francia, en solo un año, la empresa vende 450 unidades.
Para las vacas, la implantación de los robots también tiene beneficios. Así lo indica Elena, veterinaria y perteneciente a la nueva generación que se ocupa de la granja: “Antes entraban todas apelotonadas a la sala de espera y generaba muchísimo estrés. Ahora, como están ordeñándose 24 horas al día, entran cuando ellas quieren y están más relajadas”. Además, el ordeño es más preciso, según la empresa, pues los sensores están programados para detener la actividad del robot antes de que se corra el riesgo de irritar la ubre.
Sin embargo, la mamitis o mastitis –una enfermedad común en ganadería bovina que inflama la ubre– se detecta a posteriori. “Antes, cuando tú hacías el ordeño manual, ya veías que la vaca tenía mastitis”, apunta Elena. “Ahora tienes que ir al robot a mirar una lista de las vacas que él sugiere que tienen mastitis”. Lo detecta porque la leche que dan es “más gruesa”. A partir de ahí buscan al animal, lo tratan y retiran la leche.
La pantalla del ordenador refleja un cuadro de datos exhaustivo. Se ve qué vacas llevan más de 12 horas sin ordeñar, a las que se guía para que pasen por el robot, y ofrece información sobre el celo, para saber el momento óptimo de inseminar. Con todos los parámetros que mide se puede ver de un vistazo la salud de cada animal.
Las granjas, instalaciones frecuentemente asociadas con el tradicionalismo y también alejadas de la tecnología punta, parecen caminar hacia la automatización y el análisis de datos. Al preguntarle a Samuel sobre el futuro deja abierta la posibilidad de adquirir otros robots, como uno que echa de comer a las vacas por sí solo. Su padre se mantiene en segundo plano, ya sabe de sobra que las máquinas pueden hacer mucho más de lo que él creía. Aunque toda la sofisticación robótica no resuelve el gran problema cotidiano. “Ahora mismo los precios de la leche están bajando y está complicado”, así habla Samuel del futuro